jueves, 5 de marzo de 2009

VI

Los días son interminables en Alet, entre las tareas cotidianas, los rezos y otras actividades yo prosigo mi formación, cada vez adquiero más soltura en la lectura y escritura y estoy adentrándome al aprendizaje del idioma de los clásicos…el griego.
Todo gracias a un nuevo monje llegado de más allá de las montañas, se llama Otric, un personaje muy especial, no llegue a saber nunca de quien o de que huía…….

Recuerdo una noche oscura del mes de Febrero, una intensa cortina de agua estaba asolando el Monasterio, estábamos recogidos en el comedor, cenando y escuchando a Adalberto como leía las escrituras. De pronto aparece un muchacho de las cocinas, alarmado, con la cara blanca como la nieve……

¡Padre, padre¡¡¡¡… reclama la atención del Abad

Balbucea….fuuuera, fuuuera en la puuuerta hay…….hay alguien!!!!

Su cara de pánico reflejaba el fuego del hogar del comedor.

Recuerdo la cara de preocupación del Abad, nos dirigió una mirada a Edelgardo, Eulalio y a mí, la mirada nos indicaba que le acompañásemos….

Lentamente cariacontecidos nos levantamos los indicados arrastrando los pies por el suelo en señal de la desgana que nos producía tal encargo, de pronto Fulberto (el Abad) nos fulmina con una severa mirada de arriba a bajo, no son necesarias las palabras, enrojecidos de vergüenza agachamos las cabezas, nos colocamos el manto nos cubrimos la tonsura con las capuchas y salimos al frío de la noche.

Nos adentramos en la oscuridad del claustro buscando una de las puertas que lleva al acceso sur del Monasterio, tenemos que cruzar los huertos, no llevamos antorchas, ninguna iluminación nos acompaña, solo de vez en cuando un desgarrador relámpago ilumina nuestros pasos a través de las verduras siguiendo los pasos del Abad Fulberto, de pronto frente a nosotros se eleva la puerta sur.

(continuara...........)

No hay comentarios:

Publicar un comentario